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La posverdad es ese terreno resbaladizo en el que los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las emociones y las creencias personales.

Un ámbito en el que la realidad cede el paso a las sensaciones, intuiciones, emociones y por supuesto, a la manipulación mediática, política y social. En ese terreno triunfa el relativismo mientras los límites entre la verdad y la mentira se difuminan peligrosamente.

Sin embargo, no es un fenómeno nuevo. Mucho antes de que habláramos de posverdad o incluso concibiéramos ese concepto, Hannah Arendt (pensadora y filósofa alemana) ya había hecho referencia a la defactualización, que sería la incapacidad para discernir los hechos de la ficción y la mera opinión. En 1971 publicó un ensayo denominado “Mentiras en la Política”, que escribió – entre indignada y decepcionada – justo después de que salieran a la luz los Pentagon Papers sobre la administración de Nixon y su gestión de la guerra de Vietnam.

Entonces dijo: “Nuestra vida cotidiana siempre está en peligro de ser perforada por mentiras individuales o desgarrada por la mentira organizada de grupos, naciones o clases, así como por negaciones o distorsiones, a menudo cuidadosamente encubiertas por montones de falsedades o simplemente dejadas caer en el olvido”. Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia. sus palabras siguen resonando muy actuales.

Defactualización, el riesgo de convertir los hechos en opiniones.

“El sujeto ideal del gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista devoto, sino las personas para quienes la distinción entre la realidad y la ficción y la distinción entre verdadero y falso ya no existen”, explicó Arendt.

Por supuesto, «esa distinción no se erosiona de la noche a la mañana, sino que emerge a través, entre otras cosas, de la mentira continua: El resultado de una sustitución constante y total de la mentira por la verdad fáctica no es que las mentiras ahora se acepten como verdad y la verdad sea difamada como mentira, sino que se destruye el sentido mediante el cual nos orientamos en el mundo real, y la categoría de verdad frente a falsedad”.

Arendt dice que la defactualización se produce cuando perdemos la capacidad para distinguir la realidad de la construcción, lo cierto de lo falso. De hecho, la filósofa establece una diferenciación importante entre la verdad, que se corresponde con la realidad y la refleja, y el sentido, que es relativo y está moldeado por nuestras interpretaciones subjetivas, las cuales a su vez dependen de nuestras creencias y expectativas, que pueden ser manipuladas.

Explica que “la necesidad de la razón no está inspirada por la búsqueda de la verdad sino por la búsqueda del sentido. La verdad y el sentido no son lo mismo. Es una falacia básica interpretar el sentido en el contexto de la verdad”. A menudo, lo que inspira la búsqueda no es la verdad sino el deseo de dar un sentido a lo que nos sucede, sobre todo en un mundo que se nos antoja demasiado caótico e inseguro.

Las certezas viven en el reino del sentido, no de la verdad. La propia noción de “hecho alternativo” es un concepto que genera certidumbre a expensas de la verdad. La propaganda política y la manipulación social a menudo se basan en la manipulación de los sentidos para generar esas certezas que tanto ansiamos.

 

Arendt creía que esa es la razón por la que es tan fácil engañar a las masas.

En realidad, “la falsedad nunca entra en conflicto con la razón, porque las cosas podrían haber sido como el mentiroso dice que fueron. Las mentiras suelen ser mucho más plausibles, más atractivas para la razón, que la realidad, ya que el mentiroso tiene la gran ventaja de saber de antemano lo que su audiencia desea o espera escuchar. Ha preparado su historia para el consumo público con la mirada puesta en hacerla creíble, mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de confrontarnos con lo inesperado, aquello para lo que no estábamos preparados”.

O sea, muchas veces el deseo de tener certezas y asideros a los cuales aferrarnos en situaciones de incertidumbre se convierte en el caldo de cultivo idóneo para que crezcan los “hechos alternativos” que dan paso a la mentira. Esas falsedades cumplen una función: nos hacen sentir cómodos. Nos brindan seguridad. Eliminan las disonancias y nos permiten seguir con nuestra vida sin pensar demasiado. Sin cuestionarnos las cosas. Sin sentirnos mal.

Somos más propensos a creer en lo que queremos oír.

“En circunstancias normales, el mentiroso es vencido por la realidad, para la cual no hay sustituto. No importa cuán grande sea el tejido de falsedad que un mentiroso experimentado construya, nunca será lo suficientemente grande para cubrir la inmensidad de la realidad”, apuntó Arendt.

Sin embargo, cuando se desata un conflicto bélico, vivimos una pandemia o atravesamos una crisis económica las “circunstancias normales” a las que hacía referencia Arendt se desvanecen para dejar paso a un nivel de incertidumbre elevado. En esa condición somos más vulnerables a la manipulación porque solemos priorizar la búsqueda de certezas sobre la verdad.

Somos más propensos a creer en esos “hechos alternativos” que alguien nos cuenta porque nos evita el arduo trabajo de buscar la verdad, asumir responsabilidades y afrontar consecuencias. Por tanto, para Arendt la defactualización no ocurre en un solo sentido, no es una mentira impuesta desde el poder sino una falsedad consensuada entre aquellos que no están dispuestos a participar en la obra del pensamiento crítico necesaria para llegar a la verdad, no quieren cambiar sus agendas personales, salir de su zona de confort o abandonar las creencias preexistentes. La defactualización, por tanto, se arraiga en la ignorancia motivada de muchos.

“Los hechos alternativos no son simplemente mentiras o falsedades, sino que hablan de un cambio significativo en la realidad fáctica compartida que damos por sentado […] Su fuerza corrosiva consiste en convertir el hecho en una mera opinión, es decir, una opinión en el sentido meramente subjetivo: un ‘me parece’ que persiste indiferente a lo que les parece a los demás”. La realidad se despoja de los hechos para entrar en el terreno de lo opinable y manipulable. Cuando se le da el mismo peso a las opiniones que a los hechos, no es extraño que estas terminen suplantándolos en el discurso social e incluso en la historia.

Por supuesto, existe un momento en el que esa defactualización se vuelve contra nosotros: “siempre llega el punto más allá del cual la mentira se vuelve contraproducente. Este punto se alcanza cuando la audiencia a la que se dirigen las mentiras se ve obligada a ignorar por completo la línea que distingue entre la verdad y la falsedad para poder sobrevivir.

“Cierto o falso deja de importar si tu vida depende de que actúes como si fuera cierto. Entonces la verdad en la que se puede confiar desaparece por completo de la vida pública y, con ella, el principal factor estabilizador de los asuntos siempre volubles de los hombres”. 

 

Fuente: Arendt, H. (1971) Lying in Politics:

Reflections on The Pentagon Papers.

The New York Review.

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