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¿No es el otro un “uno” que uno construye?

Siempre a punto de no darnos cuenta
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Psicología
Por Noelia Fattori

“Soy solo”: frase que pareciera pertenecer a un tiempo demasiado lejano, cobra vigencia en muchas respuestas actuales. Como si se tratase de una soledad que en lugar de ser un estado transitorio, pudiese nombrarse como paradigma que define al Ser.  Y al decir “soy solo”, qué pasa allí con el otro. ¿No está? ¿De qué otro se habla? ¿De un otro familiar? ¿De un otro fraterno? ¿Del otro idealizado del amor?  ¿A qué otro se esperaba allí donde no hay nadie? ¿Verdaderamente no hay nadie?

La vida actual y sus caminos de vértigo dentro de las ciudades, sostiene la paradoja del estallido de los “solos y solas” en las multitudes sin rostros. En algunos casos, la respuesta es un pesar; en otros, un estado elegido. Las vidas en su cotidianeidad se van diagramando en una secuencia  de resoluciones continuas de situaciones. Trabajos, trayectos, pagos, obligaciones, salidas, hobbies, desarrollos profesionales. Proyectos en los que la presencia del otro suele ser de modo más o menos consciente, excluida. El paradigma de esta subjetividad actual presenta una gran distancia con aquellas modalidades vinculares que a las generaciones actuales les fueron transmitidas por sus antecesoras: las uniones indisolubles.

La unión indisoluble  suele ser un “juntos y pegados pase lo que pase”, “hasta que la muerte nos separe” y de algún modo, su extremo defensivo,  es el repliegue: ese mundo propio, solo pero ordenado. Ninguna de las dos posturas nos posibilita pensar la cuestión como dialéctica y como alternancia. Mucho menos hacernos algunas preguntas y soportar que las respuestas sean siempre abiertas. ¿No es el otro un “uno” que uno construye? ¿Qué le suponemos a su otredad? ¿”Ser solo” es ser sin otro o en el fondo esa soledad tan maldecida, es una compañía diaria? ¿Querremos encontrarnos con ese otro cualquiera y dejarnos embarrar en su temida y amada diferencia? ¿Tendremos tiempo de verlo, de desordenarnos en un minuto de contacto humano con ese enigmático desconocido? ¿Podemos renunciar a imaginarlo desde nuestro escenario para ver su pedido, su rostro, su dolor, su miseria, su renguera, su infinito y rico mundo interno?

La ciudad/ el caos del día/ la comida comprada/ el subte y su mutismo/ todo lo que funciona/ todo lo que muere antes de poder ser dicho/ todo lo que sucede y lo que pasaría si nos animásemos a ser otros/ El calor/ las reminiscencias fugaces/ el pensamiento colectivo/ las fantasías triunfales sobre el futuro/ El magma de los circuitos libidinales insatisfechos sobre el asfalto/ yo – el otro – aquél – todos. La vida fragmentada que busca unirse.

Todo esto ocurre hoy. El otro allí. En su alteridad bella y monstruosa. Estamos siempre a punto de no darnos cuenta.

Fotografía: Eduardo Asenjo Matus

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