Cada persona en el transcurso de la vida construye su propio mundo de creencias que lo sostienen así como también su propio modo de presentarse ante el otro, su propia  manera de organizar la vida a diario, de manifestar sus anhelos y hasta de justificar sus acciones. Estas construcciones, nos permiten unificarnos, armar una identidad, un “modo de ser”. En relación eso que armamos y a lo que somos  concientemente, el sueño se presenta como “la otra escena”.

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Históricamente, lo onírico ha estado emparentado muchas veces a lo enigmático, al sinsentido, a una especie de zona oscura, a veces vinculada a lo mágico y otras a lo premonitorio.  El aporte que hace el psicoanálisis es vincular los sueños con las producciones del inconsciente y definirlo como una producción de nuestra vida anímica que tiene que ver con lo no realizado.

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Lejos de ser una incoherencia, sus imágenes confusas tienen una coherencia de otro orden: fusiones y fragmentaciones de imágenes, condensación de planos, elementos de la vida cotidiana al parecer insignificantes que cobran un valor inesperado, una persona se vuelve otra… todo lo desechado por nuestra mente retorna en el sueño para darnos a conocer algo que en vigilia no registramos o bien rechazamos pero sigue, está ahí.

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El sueño no tiene moral, allí todo contenido es posible, ya que pone el juego una realidad donde no existe “lo bueno y lo  malo”, simplemente sucede. El contenido es como lo más extraño y lo más propio, porque eso que nos resulta tan ajeno proviene de nosotros mismos.

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El motor del sueño, decía Freud, siempre es un deseo que se muestra más o menos camuflado, y cuando no se camufla demasiado aparece la angustia y el sueño se interrumpe. El deseo no necesariamente tiene que ver con el placer, como circula en el imaginario colectivo, o con aquello que nos conduce a la felicidad pero sí es algo que pulsa por hacerse escuchar, a veces a través del sueño.

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El sueño es el guardián del dormir, lo necesitamos para elaborar lo que registramos en niveles menos concientes. Cuando dormimos, la actividad motora se desconecta, nuestros filtros y censuras descienden y dejamos pasar a aquello que en vigilia golpea la puerta y no le abrimos.

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El sueño no se define ni por ser lo siniestro ni por ser el paraíso, ni por ser la representación del pasado ni por contarnos lo que vendrá, aunque puede asumir cualquiera de estas formas de acuerdo a lo que suceda en nuestra vida afectiva. Puede cobrar los más variados matices desde el placer hasta la angustia porque lo que deseamos también nos puede angustiar.

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Siempre tiene que ver con “la otra escena”, con ese otro que somos cuando no somos este. Es un fragmento de nosotros que exige aparecer por algún lado, que nos obliga a ser espectadores participantes de una escena desconocida que proviene ni más ni menos que de nosotros mismos.

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* Sin título. 

Técnica: tiza y pastel