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Nuestro cine argentino posee un tópico muy particular que lo caracteriza desde una sana virtud: la singular narración de historias generadas por eximios autores, y el desarrollo de las mismas en el campo visual que en muchas oportunidades logra engrandecer y aportar nuevas visiones de grandes textos.

En este laureado trabajo, encontraremos una punción argumental sentida y profunda, adaptación libre a cargo de la directora de la obra, Lucrecia Martel, de una afamada novela de un singular escritor mendocino, Antonio Di Benedetto, quien supo sostener visiones de personajes que no referían a los arquetipos tradicionales generando de modo sustancial, diferencias que lo consagran como un referente único del arte de las letras

 

Y desde el Zama de la profundidad hasta un Aballay circunspecto y sumamente extraño, el literato supo concebir en la representatividad de sus personajes, una cadencia de lucha sistemática por tomar el destino del existir con sus propias manos y liberar lastre dentro de álgidos pantanales humanos y naturales, en plena lucha por obtener lo necesario y justo.

 

 

De una aletargada frustración, de un deseo inconcluso, en el límite de la resistencia psicológica se encuentra un personaje dotado abulia y total aburrimiento, parte del engranaje que colonizó nuestra Latinoamérica mostrando una vez más que sus misiones no constituyeron más que al saqueo de riquezas y la colonización de tierras, almas y mentes de sus habitantes.

Su directora y encargada de adaptar la obra al ritmo cinematográfico, la laureada Lucrecia Martel, logra mostrar con cruda y vehemente efectividad un sistema de esclavitud con una ubicuidad inquietante en sus cuadros cuidadosamente construidos, construyendo desde extraordinarios parajes naturales de las provincias de Formosa y Corrientes, una de las más representativas y originales obras del cine contemporáneo.

La historia cuenta el devenir de Don Diego de Zama, un oficial español del siglo XVII asentado en Asunción que espera su transferencia a Buenos Aires. Es un hombre que aguarda ser reconocido por sus méritos. Pero en los años de espera, va dejando atrás la esperanza, comenzando a contemplar su realidad de otro modo, y llegando a extremos a partir de una decisión severa.

De modo innegable el rigor histórico vuelve a abrir un abanico reflexivo dentro del trabajo. Las consecuencias del absolutismo en regiones inhóspitas de una monarquía que a sangre y fuego devasto tradiciones y religiones, se ven marcados desde lo hipnótico y trascendente de la línea visual y desde la angustiosa espera de un ser que en cierto modo no comprendía su trascendencia en tierras ajenas a su tradición, y como ese letargo de días y horas, va carcomiendo, fagocitando su fe y consumiendo su estructura física.

Martel con su particularidad de trabajar la ambigüedad no muestra a un simple y sencillo funcionario del poder imperial: Nos introduce en su interior, en sus rasgos de paranoia, en su desesperación de ser pasajero de un viaje casi sin retorno, en lucha por sostener su psiquis ante la irrestricta brutalidad y la mentalidad ignorante y racista que sustenta los imperialismos.

Las estructuras narrativas pasan a ser densas texturas de atmósfera visual y sonora que deliberadamente trataran de confundir, produciendo una gama de sugestión y sensaciones sensoriales entre señoras españolas e indias maternales dentro de la barbarie misma.

La cámara, desde el interior del espacio escénico, posee suma importancia generado una magnifica fotografía dirigida por Rui Poças con enclaves profundos y puramente artísticos, la dirección de arte a cargo de Renata Pinheiro y el vestuario arquitectado por Julio Suárez, brindan el aporte necesario y contundente a un film que posee reminiscencias de aquella extraordinaria obra de Werner Herzog llamada “ Aguirre, la ira de Dios”, y salvajismo, una crudeza generada por una corona decadente y mediocre, y el existencialismo que nada en mares de negación de valores morales.

Una sección actoral que realza plenamente el trabajo, mostrando oficio y brindando caracteres sentidos y arraigados en cada una de sus secuencias y por sobre todo, en el encuadre de primeros planos.

Lola dueñas, Matheus Nachtergaele (de representativa participación en el rol de un villano de antología), Juan Minujin y elenco, sostienen el rasgo singular narrativo.

Don Diego de Zama, representado por el madrileño Daniel Giménez Cacho, hombre que posee temple y honestidad, sobreviviente, buscador de algo que hacer dentro de una porción continental sometida, siendo el protagonista, arte y parte de un film de anti aventuras en el cual las realidades más tangibles, se mezclan con el ideario y la esperanza que se esfuma como el horizonte de grandeza para todas aquellas marionetas del poder real.

La ciega espera, el profundo pensar, el maquiavélico poder de quien decide por nuestros avatares, son rasgos, símbolos directos en una obra sumamente importante para el entendimiento de un sistema que comenzó caduco.

Zama resulta un manifiesto de la soledad. Aquel plantado hombre de sombrero de tres puntas y gallarda vestimenta frente a un mar interminable.

El hombre que está solo y espera, parafraseando aquella sagrada biblia porteña escrita por el inmenso Scalabrini Ortiz quien desnuda realidades concebidas desde la tradicional esquina de Corrientes y Esmeralda, en paralelismo con este funcionario real, muestra la severa decadencia del sentido humano en expresiones acabadas.

Trazando pinceladas de una época que resulta ser y representar al mismo tiempo, todas las épocas dentro del entorno humano de deshumanización y espurios intereses.

Link para ver la obra

https://m.ok.ru/video/970618833523

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