Ayer se cumplió el primer centenario de su aterrizaje a la Vida, Astor Piazzolla, el músico compositor de mayor altura nacido por nuestros asfaltos que al igual que todo gigante de la música será escuchado y recordado por siempre.

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"...la máscara de oxígeno

que el tango requería."

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Audaz guerrero a contra viento que desde los años cincuenta construyó su música y estilo aportando la máscara de oxígeno que el tango requería. Inyectó futuro al género que perteneció desde siempre aunque desarrolló su arte a contramano. Surcó el universo tanguero que lo integró y cobijó, para tiempo después desde ese mismo cosmos odiaran su música. No soportaban a quien nacido de sus entrañas expusiera un estilo que moviera sus estructuras.

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"Antes de su tardío

reconocimiento local

conoció la admiración

en el extranjero."

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Otros fueron quienes sí lo escucharon: algunos pocos inmensos del tango, algunos cuantos aficionados del jazz, y muchos oídos desprejuiciados de raros peinados nuevos. 

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Antes de su tardío reconocimiento local conoció la admiración en el extranjero. Hasta uno de los íconos de la cultura pop mundial, Mick Jagger (Rolling Stone), asistía a ensayos solo para escuchar a Piazzolla cuando este se encontraba grabando en Nueva York.

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Hace tiempo su nombre pertenece a la vidriera mundial. Pero resulta difícil imaginar que tamaña figura alguna vez haya dudado de sí mismo, de su obra.

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Una anécdota bisagra antecede al período más productivo de Piazzolla. Cuenta que cansado de batallar, golpeado de compromisos y poco dinero viajó a París en 1952 impulsado por mejorar su técnica resignado a convertirse en un compositor de música clásica. Con una beca bajo el brazo llegó hasta Nadia Boulanger, condiscípula de Ravel, maestra de Igor Markevith, entre otros. Allí se dirigió valija en mano llena de partituras y composiciones de obra clásica. Mientras tanto dormía en un precario hotel y comía gracias al cobro por la autoría de un tango suyo que las orquestas francesas tocaban por entonces.

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"... ‘la gran revelación

de mi vida.’ "

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​​​​​​Con su instructora fue adquiriendo el conocimiento técnico que deseaba. Pero frente a ella Astor estaba confuso: escondió el bandoneón, ocultó su historia, subestimó su música pretendiendo otro rumbo. Boulanger tuvo que percibir esa ausencia. El vacío de algo intenso que antes lo habitara. Indagó y pidió escucharlo. Relata Piazzolla en primera persona: “Nadia era considerada la mejor pedagoga que había en el mundo de la música, y yo era simplemente un tanguero. (...) Ella me miró a los ojos y me pidió que tocara uno de mis tangos en el piano. Ahí le hablé del bandoneón, que no esperara escuchar un buen pianista, porque en realidad no lo era. Ella insistió: 'No importa Astor, toque su tango.' Y entonces empecé con 'Triunfal'. Creo que no habré llegado a la mitad. Nadia me detuvo, me tomó las manos y con ese dulce inglés que tenía me dijo: ‘Astor, esto es hermoso, me gusta mucho, aquí está el verdadero Piazzolla, no lo abandone nunca.’ Y esa fue la gran revelación de mi vida.”¹

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En la cultura de la autosuficiencia este relato confiesa necesidades del aliento, el respaldo e impulso que solo un siempre otro nos puede dar, incluso en talentos que luego hicieron historia.

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"...No son mis ojos

los que pueden mirarme a los ojos,

son siempre los labios de otro

los que me anuncian mi nombre." ²

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(Hugo Mujica)

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¹ Foto: Astor Piazzolla y Nadia Boulanger. 
² Natalio Gorín. Astor Piazzolla. A manera de memorias.

Editorial Atlántida. Buenos Aires. (1990)

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 ³ Hugo Mujica, Orillas