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LA FALSA DENUNCIA
POR VIOLENCIA DE GÉNERO

Sin dudas nuestro presente contiene logros respecto a derechos obtenidos en beneficio del equilibrio social y cultural entre mujeres

y varones, como también de minorías marginadas como la inclusión de personas que no sienten pertenecer al binomio heterosexual, o bien proteger la vulnerabilidad de quienes poseen capacidades diferentes.

Estas verdades hoy de perogrullo, son necesarias de aclarar antes de tocar temas

como el siguiente, ya que existe un reverso que apenas comienza a discutirse:

el de ciertos errores que desbalancean

el pretendido equilibrio

de la Justicia, abriendo puertas

a que victimarias presenten denuncias

bajo el falso rol de víctimas.

Aquí compartimos el fragmento de

una entrevista reciente a Roxana Kreimer,

una intelectual que analiza y expone este nuevo tabú, junto a la discusión acerca

de qué es hoy el feminismo.

Kreimer ya publicó varios libros sobre

el tema, su última presentación se titula

"El patriarcado no existe más"

(Galerna 2020)

—¿El feminismo es una bandera exclusivamente del progresismo?

—Sin duda. Una parte considerable de la izquierda perdió su orientación humanista y universalista. Se disgregó en reclamos particulares, y entre ellos el del feminismo ocupa un lugar central. El feminismo hegemónico a menudo deriva en hembrismo, que es la discriminación ejercida contra los varones, por ejemplo al negar que pueden ser objeto de falsas denuncias, que existen casos de obstrucción del vínculo con sus hijos y que padecen muchos otros problemas como el abandono del sistema educativo con mayor frecuencia que las mujeres.

 

 

—¿Son comunes las falsas denuncias por violencia de género?

—Se convirtieron en un verdadero problema en el mundo occidental. El feminismo hegemónico niega que el número de falsas denuncias sea significativo, pero eso es porque sólo tienen en cuenta las sentencias en las que se demostró que una denuncia es falsa, y son muy pocas porque ante la falta de mérito o el sobreseimiento, la fiscalía no suele investigar de oficio si se trata de una falsa denuncia, y quien fue víctima de ella a menudo está cansado de perder tiempo, dinero y tranquilidad en los tribunales y prefiere no impulsar una nueva causa. La abogada Patricia Anzoátegui explicó en su libro Hienas de qué manera hay abogados y psicólogos cómplices e incluso promotores de este delito.

 

 

—¿Qué uso le darían los abogados?

—Según los que denuncian este mecanismo de algunos de sus colegas inescrupulosos, las modalidades más utilizadas son por un lado la de no indagar lo suficiente en torno a la veracidad de la denuncia de la persona que representan, y la de insistir en llevar a ulteriores instancias judiciales una acusación sin evidencias para seguir cobrando honorarios. También la de sugerir directamente al cliente que presente una falsa denuncia.

 

 

—¿A qué llamás “feminismo hegemónico”?

—Yo englobo a la mayoría de los feminismos existentes en ese término porque comparten una serie de rasgos decisivos para el diagnóstico de los problemas de género. Niegan disimilitudes en los cerebros de hombres y mujeres. El feminismo está como el catolicismo del siglo XII. Si no se aggiornaba tomando elementos del marco científico que había impulsado por entonces a la cultura árabe, que ocupaba la vanguardia de la cultura occidental, ganaría el descrédito generalizado. También se nutren de una pseudociencia como el psicoanálisis, no están abiertos al debate, ignoran que los varones padecen sexismo y desventajas, cultivan un victimismo que trata a la mujer como una eterna menor de edad y quiebran principios constitucionales como la igualdad ante la ley, el principio de legalidad o la presunción de inocencia. Además, se convirtieron en racistas, al acusar a todo hombre blanco de ser poseedor de privilegios. Es claro que no se trata de un racismo tan grave como el que padecieron los negros sudafricanos, pero no por eso deja de ser discriminatorio y de generar mucha indignación entre los blancos pobres que tienen pocas o nulas posibilidades de progresar económicamente.

 

 

—¿Hay críticas al feminismo desde la izquierda?

—En ese ámbito en la Argentina solo se debaten temas como el del trabajo sexual, el de la gestación subrogada o si las personas transgénero deben compartir los espacios del feminismo o generar grupos separados. Cuando hay congresos sobre cuestiones de género en los que se habla de neurociencias, de filosofía o de cuestiones jurídicas, se oye sólo la voz del feminismo hegemónico y cualquier propuesta de diálogo es ignorada o rechazada.

 

 

—¿Es verdad que las mujeres ganan menos que los hombres?

 

—La brecha salarial no controla variables: se divide el total de ingresos laborales femeninos por cantidad de mujeres, y se hace lo mismo con los hombres. Luego se los compara, sin tener en cuenta horas trabajadas. Las mujeres, en promedio, trabajan diez horas menos por semana fuera del hogar que los hombres, según un informe del propio Ministerio de Trabajo, y trabajan más horas en tareas domésticas y de cuidado. Los hombres en promedio realizan más aportes económicos al hogar que las mujeres, porque existe una consensuada división del trabajo o sencillamente porque él gana más y aporta más dinero. El último Censo de Docentes de la Universidad de Buenos Aires del 2011 reveló que, en promedio, los varones docentes aportan más dinero al hogar que las mujeres, aún cuando tengan el mismo cargo y el mismo sueldo. En los Estados Unidos el estudio de Wiseman del 2019 mostró que las solteras sin hijos ganan 8% más que los hombres, aparentemente porque hay más mujeres que hombres universitarios.

 

 

—¿Qué pensás de las leyes de cupo?

—Estoy a favor en el ámbito político, pero no porque sean una forma de compensar la exclusión a la que son condenadas las mujeres en la esfera política. Hay sobrada evidencia en la producción académica, periodística y en el activismo de que, en promedio, a las mujeres les interesa menos la política que a los hombres. Dado que la mitad de la población está compuesta por mujeres y que a menudo suelen tener otra visión sobre las cosas, en política corresponde una representación medianamente equilibrada de los sexos. Ahora en relación a los cupos en diversas áreas laborales, soy pragmática: si hay evidencia científica de que un área se beneficia con más mujeres o con más hombres -porque nadie planea cupos para maestros jardineros, profesionales que tienen dificultad para conseguir trabajo- estoy a favor, pero no porque crea que solo se alcanza la justicia con una representación del 50% de hombres y del 50% de mujeres en cada oficio.

 

 

—Se cumplen seis años de #Ni una menos. ¿Alguna reflexión?

 

—El Ni una menos contribuyó a divulgar el homicidio de mujeres, pero al destacar que matan a una mujer cada 23 horas omitió que en el mismo periodo matan a nueve hombres, según estadísticas del Ministerio de Interior. A esto, la feminista responde "pero lo mata otro hombre", como si para determinar si una persona es o no víctima tuviéramos que fijarnos en el sexo del victimario. El informe "Ni una menos" tiene serias fallas metodológicas: catalogó como "violencia machista" conductas como la de gritar para imponerse o enojarse por el uso que la pareja hace del celular, y como no encuestó a los hombres, calificó como sexistas conductas que ellos también padecen.

—Llegaste a declarar que el feminismo era "intolerante y autoritario". ¿Las vanguardias acaso deberían ser moderadas?

 

—El tribalismo, que suele venir de la mano de la intolerancia y el perfil autoritario, no es patrimonio de una ideología en particular, se trata de una característica humana muy arraigada. La idea de democracia va en sentido contrario: no es solo una forma de representación política, sino una modalidad para gestionar conflictos mediante argumentos y no a través de la violencia o las meras descalificaciones. En este sentido, creo que cualquier movimiento que pretenda ser vanguardista debería estar abierto al diálogo basado en argumentos.

Roxana Kreimer, Licenciada en Filosofía

y Doctora en Ciencias Sociales (UBA)

Fuente: Diario Clarín, 6 de junio 2020

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